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Tradicion Tolteca

El Camino del Guerrero Grupos de Práctica

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jueves, 17 de enero de 2013

La Rueda del Tiempo

En el mundo de los chamanes, percibir la energía tal como fluye en el universo es un paso imprescindible para adquirir una visión más global y más libre de un sistema cognitivo diferente.
Los chamanes perciben la energía tal como fluye libremente en el universo, libre de las ataduras de la socialización y de la sintaxis, como pura energía vibratoria. A este acto lo llaman “ver”.
Una de las unidades cognitivas diferentes que se usan para facilitar el “ver” es la “recapitulación”, que consiste en el escrutinio sistemático de la propia vida, fragmento a fragmento; un examen que no se realiza a la luz de la crítica o de la búsqueda de defectos, sino a la luz de un esfuerzo por comprender la propia vida y de cambiar su rumbo.
Cuando un practicante ha contemplado su vida con el desapego que requiere la recapitulación, ya no hay modo de que regrese a su antigua vida.

La percepción de los chamanes está sujeta a un proceso diferente al de la percepción del hombre corriente. Los chamanes aseguran que el hecho de percibir la energía directamente conduce a lo que se califica “hecho energético”.
Un “hecho energético” es una visión que es consecuencia de “ver” directamente la energía, y que lleva a conclusiones definitivas e irreductibles ya que no es posible desvirtuarlas mediante la especulación o el intento de ceñirlas a nuestro sistema de interpretación usual.
Uno de estos “hechos energéticos” es que definimos el mundo que nos rodea mediante procesos cognitivos que no son inalterables y que nos vienen dados. Es decir, los procesos de cognición usual son producto de nuestra formación, tan solo eso.

La unidad más importante del mundo de los chamanes es el concepto de “intento”. Para los chamanes del antiguo México, el “intento” era una fuerza que se podía visualizar cuando se “ve” la energía tal como fluye en el universo.
La consideraban una fuerza omnipresente que intervenía en todos los aspectos del tiempo y del espacio. Era lo que impulsaba todo. Pero lo que resulta de un valor inconcebible es que el “intento” –una pura abstracción− está íntimamente ligado al hombre. El hombre podía siempre usarlo. Los antiguos chamanes de México se dieron cuenta de que el único modo de afectar esta fuerza era mediante un comportamiento impecable.

Otra estupenda unidad del sistema cognitivo de los chamanes reside en la comprensión de los conceptos de tiempo y espacio, y el modo de utilizarlos.
Para ellos, el tiempo y el espacio no son los mismos fenómenos que forman parte de nuestras vidas en virtud de constituir parte integral de nuestro sistema cognitivo.
Para el hombre corriente, la definición clásica de “tiempo” es un continuo no espacial en el que los eventos se producen en una sucesión aparentemente irreversible que va desde el pasado hacia el futuro a través del presente.
Y el “espacio” se define como la extensión infinita del campo tridimensional, dentro del cual existen las estrellas y las galaxias: el universo.

Para los chamanes del antiguo México, el tiempo era algo así como un pensamiento: un pensamiento pensado por algo de tal magnitud que rebasaba toda comprensión. Su conclusión lógica era que el hombre, siendo parte de ese pensamiento pensado por fuerzas inconcebibles para su mente, todavía retenía un pequeño porcentaje de dicho pensamiento; un porcentaje que podía ser redimido bajo determinadas circunstancias de extraordinaria disciplina.
El espacio era, para aquellos chamanes, un ámbito abstracto de actividad. Lo llamaban el “infinito” y se referían a él como la suma total de los esfuerzos de todas las criaturas vivas. El espacio era, para ellos, más accesible, algo casi práctico. Era como si hubieran desarrollado en mayor porcentaje la formulación abstracta del espacio.
Los chamanes del antiguo México nunca contemplaron el tiempo y el espacio como oscuras abstracciones tal como lo hacemos nosotros. Para ellos, tanto el tiempo como el espacio, si bien incomprensibles en sus formulaciones, formaban parte integral del hombre.



Los chamanes del antiguo México poseían otra unidad cognitiva, llamada la “rueda del tiempo”. Su manera de explicar la “rueda del tiempo” era decir que el tiempo era como un túnel de longitud y anchuras infinitas, un túnel con surcos reflectantes.
Cada uno de los surcos era infinito, y había un número infinito de ellos. Los seres vivos eran compelidos, por la fuerza de la vida, a fijar sus miradas en uno de los surcos. Mirar solo uno de los surcos implicaba ser atrapados por él, vivir ese surco.
La meta final de un guerrero es la de enfocar, mediante un acto de profunda disciplina, su atención inquebrantable en la “rueda del tiempo” con el fin de hacerla girar. Los guerreros que han logrado hacer girar la “rueda del tiempo” son capaces de mirar en el interior de cualquier otro surco y extraer de él lo que deseen.
Al librarse de la fuerza hechizante que nos obliga a contemplar solo uno de esos surcos, los guerreros pueden mirar en cualquiera de las dos direcciones: la llegada o la partida del tiempo.

La “rueda del tiempo” constituye una irresistible influencia que atraviesa la vida de un guerrero y llega aún más allá como hiladas por un resorte que tiene vida propia. Ese resorte, explicado según la cognición de los chamanes, es la “rueda del tiempo”.
La “rueda del tiempo” señala la posibilidad de manejar simultáneamente dos sistemas de cognición sin detrimento de uno mismo.

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