Como organismos, los seres humanos llevan a cabo una estupenda maniobra de percepción que, lamentablemente, crea un equívoco, un falso frente: asimilan toda la afluencia de pura energía que discurre por el universo y la convierten en datos sensoriales que interpretan mediante un severo sistema que los chamanes llaman “forma humana”. El acto mágico de interpretar la energía pura da origen al equívoco, a la peculiar convicción que los seres humanos tienen de que su sistema de interpretación es lo único que existe.
La percepción de los chamanes está sujeta a un proceso diferente al de la percepción del hombre corriente. Los chamanes aseguran que el hecho de percibir la energía directamente los conduce a lo que se califica de “hecho energético”.
Un “hecho energético” es una visión que es consecuencia de “ver” directamente la energía, y que lleva a conclusiones definitivas e irreductibles ya que no es posible desvirtuarlas mediante la especulación o el intento de ceñirlas a nuestro sistema de interpretación usual.
Uno de estos “hechos energéticos” es que definimos el mundo que nos rodea mediante procesos cognitivos que no son inalterables y que nos vienen dados. Es decir, los procesos de cognición usual son producto de nuestra formación, tan solo eso.
La unidad más importante del mundo de los chamanes es el concepto de “intento”. La consideraban una fuerza omnipresente que intervenía en todos los aspectos del tiempo y del espacio. Pero lo que resulta de un valor inconcebible es que el “intento” –una pura abstracción− está íntimamente ligado al hombre. El hombre podía siempre usarlo. Los antiguos chamanes de México se dieron cuenta de que el único modo de afectar esta fuerza era mediante un comportamiento impecable.
El “intento” es el acto tácito de llenar los espacios vacíos dejados por la percepción sensorial directa o enriquecer los fenómenos observables mediante un “intento” de totalidad que desde la perspectiva de la percepción pura no existe.
El acto de “intentar” no pertenece a la esfera física; es decir, no forma parte de los elementos materiales del cerebro u otro órgano. El “intento” trasciende el mundo conocido. Es algo semejante a una ola energética, a un rayo de energía que se adhiere a nosotros.
Dada la naturaleza extrínseca del “intento”, hay que distinguir entre el cuerpo como parte del conocimiento de la vida cotidiana y el cuerpo en cuanto unidad energética que no se relaciona con dicho conocimiento. La unidad energética incluye las partes del cuerpo que no se ven, como los órganos internos, y la energía que fluye por ellos.
En virtud del predominio de la vista, los chamanes del antiguo México describieron como “ver” el acto de percibir directamente la energía. Consideraban que percibirla a medida que fluye por el universo significa que la energía adopta configuraciones generales y específicas que se repiten coherentemente y que cualquiera que “vea” puede percibirlas en los mismos términos.
Los chamanes del antiguo México describían el “intento” como una fuerza eterna que impregna todo el universo y que es consciente de sí misma hasta el extremo de responder a la llamada o a la orden de los guerreros. A través del “intento” no solo desplegaron todas las posibilidades humanas de percepción, sino las de la acción.
Percibir la energía como fluye por el universo no es algo arbitrario, los chamanes son testigos de formulaciones de energía que suceden espontáneamente y no están moldeadas por la intervención humana. Así, en y por sí misma, la percepción de estas formulaciones son la clave que libera el potencial humano cerrado que casi nunca entra en juego. Para alcanzar la percepción de estas formulaciones energéticas hay que recabar la totalidad de las capacidades perceptivas de los seres humanos.
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