Todo cuanto hacen los chamanes es consecuencia del movimiento de su punto de encaje y esos movimientos están regidos por la cantidad de energía que tienen a su disposición.
Dentro de todo ser humano hay un gigantesco y oscuro lago de conocimiento silencioso que cada uno de nosotros puede intuir. Los chamanes son los únicos seres en el mundo que, haciendo dos cosas trascendentales, llegan más allá del nivel intuitivo: primero, conciben la existencia del punto de encaje y segundo, logran que el punto de encaje se mueva.
Lo más sofisticado de los chamanes es el estar conscientes de su potencial como seres perceptivos, y el saber que el contenido de la percepción depende de la posición del punto de encaje.
El conocimiento silencioso es algo que todos poseemos. Algo que tiene total dominio, total conocimiento de todo. Pero no puede pensar; por lo tanto, no puede expresar lo que sabe.
Los chamanes creen que en una época, al comienzo, cuando el hombre comprendió que sabía y quiso estar consciente de lo que sabía, perdió de vista lo que sabía. El error del hombre fue querer conocer directamente lo que sabía, tal como conocía las cosas de la vida diaria. Cuanto más deseaba ese conocimiento, más efímero, más silencioso se volvía. El hombre renunció al conocimiento silencioso por el mundo de la razón. Y cuanto más se aferra al mundo de la razón, más efímero se vuelve el conocimiento silencioso.
El hombre antiguo sabía, del modo más directo, qué hacer y cómo hacerlo bien. Pero como hacía tan bien lo que hacía, comenzó a desarrollar cierto sentido de ser, con lo cual adquirió la sensación de que podría predecir y planear los actos que estaba habituado a hacer tan bien. Así surgió la idea de un “yo” individual; un yo individual que comenzó a dictar la naturaleza y el alcance de las acciones humanas. A medida que el sentimiento de tener un yo individual se tornaba más fuerte, el hombre fue perdiendo su conexión natural con el conocimiento silencioso. El hombre moderno, siendo el heredero de tal desarrollo, se encuentra tan irremediablemente alejado del conocimiento silencioso, la fuente de todo, que sólo puede expresar su desesperación en cínicos y violentos actos de destrucción.
La causa del cinismo y la desesperación del hombre es el fragmento de conocimiento silencioso que aún queda en él; un ápice que hace dos cosas: una, permite al hombre vislumbrar su antigua conexión con la fuente de todo, y dos, le hace sentir que, sin esa conexión, no tiene esperanzas de satisfacción, de logro o de paz.
Los chamanes descubrieron que cualquier movimiento del punto de encaje significa alejarse de la excesiva preocupación del yo individual: la característica del hombre moderno. Los chamanes están convencidos de que la posición del punto de encaje es lo que hace del hombre moderno un egocéntrico homicida, un ser totalmente atrapado en su propia imagen.
Habiendo perdido toda esperanza de volver al conocimiento silencioso, el hombre busca consuelo en su yo individual. Y al hacerlo, consigue fijar su punto de encaje en el lugar más conveniente para perpetuar su imagen de sí. Cualquier movimiento que aleje el punto de encaje de su posición habitual equivale a alejarse de la imagen de sí y, por consiguiente, de la importancia personal.
La importancia personal es la fuerza generada por la imagen de sí. Es esa fuerza la que mantiene el punto de encaje fijo en donde está en el presente. Por ese motivo, todo cuanto hacen los chamanes es el destronar la importancia personal.
Los chamanes habían desenmascarado a la importancia personal, encontrando que es, en realidad, la compasión por uno mismo disfrazada. El verdadero enemigo y la fuente de la miseria humana es la compasión por sí mismo. Sin cierto grado de compasión por sí mismo, el hombre, no podría existir. Sin embargo, una vez que esa compasión se emplea, desarrolla su propio impulso y se transforma en importancia personal. El espíritu al mover nuestro punto de encaje, alejándolo de su posición habitual, nos hace alcanzar un estado de ser que sólo podríamos llamar “el punto de no tener compasión”.
Los chamanes saben, gracias a su experiencia práctica, que en cuanto se mueve el punto de encaje se derrumba la importancia personal, porque sin la posición habitual del punto de encaje, la imagen de sí pierde su enfoque. Sin ese intenso enfoque se extingue la compasión por uno mismo y con ella la importancia personal, ya que la importancia personal es sólo la compasión por sí mismo disfrazada. La posición habitual y la imagen de sí obligan al punto de encaje a armar un mundo de falsa compasión, pero de crueldad y egoísmo muy reales. En ese mundo, los únicos sentimientos verdaderos son los que convienen a quien los tiene.
Para los chamanes, el no tener compasión no es ser cruel. El no tener compasión es la cordura, lo opuesto a la compasión por sí mismo y la importancia personal.
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