La vida no es lo suficientemente larga como para cambiar nuestro estado de ser si trabajamos en ella igual que en todo lo demás. Conseguir algo solo es posible si se usa un método más perfecto. La primera condición es el entendimiento. Todo lo demás resulta proporcional al entendimiento. También hay que hacer esfuerzos en relación con la voluntad y las emociones. Hay que ser capaz de ir contra uno mismo para renunciar a la propia voluntad.
Primero hay que preguntarse: ¿qué es la voluntad? No tenemos voluntad, de modo que ¿cómo vamos a renunciar a lo que no tenemos? Esto significa, en primer lugar, que no estamos de acuerdo con que no tenemos voluntad; solo asentimos de palabra. En segundo lugar, no tenemos siempre voluntad, sino solo a veces. Voluntad significa fuerte deseo. Si no hay fuerte deseo, no hay nada a lo que renunciar; no hay voluntad.
Aquí se mezclan muchas cosas. No sabemos cómo pensar sobre la voluntad. Una parte de nosotros se da cuenta de que somos máquinas, pero al mismo tiempo queremos actuar según nuestra propia opinión. En ese momento se debe ser capaz de parar, de no hacer lo que se desea. Esto no se aplica a momentos en los que no se tenga intención de hacer nada, pero se debe ser capaz de pararse si el deseo va contra las reglas o principios, o contra lo que se ha dicho.
Es importante entender dos cosas: qué no podemos “hacer” y que vivimos bajo la ley del accidente. En la mayoría de los casos, la gente cree que puede “hacer”, que puede conseguir lo que quiere y que el que esto no suceda es puramente accidental. La gente piensa que los accidentes son muy raros y que la mayoría de las cosas son debidas a la ley de causa y efecto. Esto es completamente falso. Es necesario aprender a pensar correctamente; entonces veremos que todo sucede y que vivimos bajo la ley del accidente.
En relación con “hacer”, es difícil darse cuenta de que, por ejemplo, cuando la gente construye un puente eso no es “hacer”: es solo el resultado de todos los esfuerzos previos. Es algo accidental. Para entenderlo, pensemos en el primer puente que Adán construyera y de toda la evolución de la ingeniería de puentes. Al principio es algo accidental –un árbol cae atravesando un río, luego el hombre construye algo parecido, y así sucesivamente−. La gente no “hace”; una cosa viene detrás de la otra.
Si recordáramos que no podemos hacer nada, también recordaríamos muchas otras cosas. Generalmente hay tres o cuatro obstáculos, y si no se tropieza con uno, se hace con el siguiente. El “hacer” es uno de ellos. En conexión con esto, hay algunos principios fundamentales que no se deben olvidar. Por ejemplo, que hay que mirarse a uno mismo y no a otras personas; que la gente no puede hacer por sí misma, pero que si es posible el cambio éste solo se realizará con la ayuda del sistema, con la organización, el trabajo personal y el estudio del sistema.
Es solo cuando se intenta de verdad hacer algo diferente del modo en que sucede cuando uno se da cuenta de que es absolutamente imposible hacerlo diferentemente. La mitad de las preguntas que se hacen son sobre el “hacer” –cómo cambiar esto, destruir aquello, evitar esto otro, y así sucesivamente−. Pero para cambiar incluso una cosa mínima hace falta un esfuerzo enorme. Uno se convence de ello hasta que lo intenta por sí mismo. Solo a través del sistema se puede cambiar algo. Esto es algo que suele olvidarse.
Todo sucede. Nadie puede hacer nada. Desde el momento en que nacemos hasta el momento en que morimos las cosas suceden, suceden y suceden, y nosotros pensamos que “hacemos”. Ésta es la condición normal en la vida. Incluso en uno mismo, el “hacer” empieza muy a menudo por no hacer. Antes de poder hacer algo que antes no podíamos, se deben no hacer muchas cosas que antes se hacían.
La gente no quiere abandonar la idea de que puede “hacer”, de modo que si llega a la conclusión de que las cosas suceden lo natural es encontrar excusas, tales como “esto ha sido un accidente pera mañana será diferente”. Esto es por lo que no podemos asimilar esa idea. Durante toda nuestra vida vemos que las cosas suceden, pero seguimos explicándolas como accidentes, como excepciones a la regla de qué podemos “hacer”. O nos olvidamos, o no vemos, o no prestamos atención suficiente. Siempre creemos que en cualquier momento podemos empezar a “hacer”. Tal es nuestro modo ordinario de pensar sobre el tema. Podemos ver en nuestra vida una ocasión en la que intentamos hacer algo y fracasamos, y así tendremos un ejemplo de lo dicho, porque comprobaremos que nuestro fracaso fue explicado como un accidente, como una excepción. Si las cosas se repitieron, todavía seguimos pensando qué podíamos haber hecho, y si de nuevo vemos lo mismo, aun explicaremos nuestro fracaso como simplemente un accidente. Resulta muy útil repasar la propia vida desde este punto de vista. Intentemos hacer algo, pero algo diferente sucedió. Si somos realmente sinceros lo veremos; si no, llegaremos hasta persuadirnos de que lo que sucedió era exactamente lo que queríamos.
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