Los parámetros de nuestra percepción normal nos han sido impuestos como parte del proceso de adaptación social, no en forma por completo arbitraria pero con todo prescritos de manera forzosa. Uno de los aspectos de dichos parámetros obligatorios es el sistema de interpretación que convierte los datos sensoriales en unidades significativas, las cuales convierten al orden social en una estructura de interpretación.
Nuestro funcionamiento ordinario dentro del orden social requiere una adhesión ciega y fiel a todos sus preceptos, ninguno de los cuales da cabida a la posibilidad de percibir energía de manera directa; por ejemplo, percibir a los seres humanos como campos energéticos en forma de enormes y blanquecinas esferas luminosas.
Para cambiar tenemos que cumplir con tres condiciones. Primero, debemos anunciar en voz alta nuestra decisión de cambiar, para que el intento nos oiga. Segundo, debemos conservar nuestro firme propósito a lo largo de cierto periodo de tiempo. No podemos empezar algo y abandonarlo en cuanto nos desanimemos. Tercero, debemos ver el resultado de nuestras acciones con un sentido de desapego total. Esto significa que no podemos darnos a la idea de tener éxito o de fracasar. Siguiendo estos tres pasos se puede cambiar toda emoción y deseo indeseable en uno.
Todo tiene una forma, pero además de la forma exterior existe una conciencia interior que rige las cosas. Esta conciencia silenciosa es el espíritu. Es una fuerza que lo abarca todo y que se manifiesta de diferente manera en diferentes cosas. Esta energía se comunica con nosotros.
Lo que es llamado la voz del espíritu es más bien una sensación. También puede ser una idea que de pronto irrumpe en la cabeza. A veces es como un anhelo por ir a algún sitio vagamente familiar, o por hacer algo también vagamente familiar.
La voz del espíritu es una abstracción que nada tiene que ver con voces, pero es posible que a veces las escuchemos. El espíritu es una fuerza abstracta, ni buena ni mala. Una fuerza que no tiene interés alguno en nosotros, pero que a pesar de ello responde a nuestro poder. No a nuestras oraciones, sino a nuestro poder.
La voz del espíritu sale de la nada. Sale de la profundidad del silencio, del reino del no ser. Solo se escucha esa voz cuando estamos totalmente quietos y equilibrados.
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