El ser humano está inmerso en una especie de oscuridad rodeada de supremacía de unos hombres sobre otros, de unos regímenes sobre otros, de unos países sobre otros, de un estilo de vida sobre otro. A nivel individual, también es así y todos creemos tener una parte oscura que nos mantiene sumidos en el dolor y la desesperación. Se dice mucho de llevar esa parte de nosotros a la luz, iluminarla… de alguna manera. También se le han atribuido diferentes nombres: ego, sombra, pronto, oscuridad, mancha, etc… y no todos se ponen de acuerdo en si todas se refieran a lo mismo. En lo que si coincidimos es que en nosotros hay algo que nos mantiene condenados en una realidad desesperada de la que constantemente queremos salir, por no decir escapar.
La mayoría de las teorías nos enseñan que esta parte oscura que percibimos, forma parte de nosotros mismos, es la eterna lucha entre el bien y el mal dentro del alma y del espíritu humano. Pero, también hemos encontrado otras maneras de referirse y de “ver” este aspecto que nos tiene sometidos.
Tener pensamientos de odio, rencor, ira, es algo que nos han hecho creer como completamente natural. Estamos tan acostumbrados a ellos que los tomamos como algo normal e inherente a nuestra propia naturaleza.
Vivimos en un universo predador y puede que nos sorprenda descubrir que no somos los que estamos más altos en la cadena alimenticia. En las enseñanzas de don Juan, éste le presenta a Castaneda un tipo de energía existente en el universo y que, según los chamanes de la antigüedad, los primeros en verla, nos controla de la manera más excelente posible: dándonos su propia mente y haciéndonos creer que esa mente es nuestra. Este tipo de energía los chamanes de la antigüedad le llamaron el “volador”, por su forma y comportamiento.
En un pasado olvidado teníamos un tipo de alianza con el volador como intercambio energético, pero en alguna parte del camino, simplemente lo intercambiamos por una protección falsa que estos seres llegaron a ofrecer a los seres humanos.
El volador se alimenta de sentimientos, de ahí que el ser humano haya perdido su espontaneidad para convertirse en un ser totalmente predecible. La capa de luminosidad que nos envuelve de recién nacidos lleva el sello de la espontaneidad y la vamos transfiriendo por pensamientos y creencias que nos dicen lo que hemos de sentir y juzgar en todo momento por cualquier cosa que nos ocurra. La autocompasión alimenta al volador, así como el miedo, el odio, la ira, la desesperación y un largo etcétera de emociones surgidas de una mente que nos ha sido impuesta y creemos ser nosotros mismos. Desde el punto de vista de un estratega, es una jugada maestra la del volador, porque el mismo ser que se alimenta de esas mismas emociones, que nacen de pensamientos y creencias que envuelven, sin excepción, a toda la especie humana, es quien nos ofrece esas mismas emociones.
Conocer la existencia del volador nos desvincula de él. Podemos negarlo y no por eso dejaría de estar presente, actuando desde la sombra. Pero, también podemos desligarnos de su mortal abrazo, porque el volador no nos mata, eso no le interesa. Para el volador es más importante tenernos sometidos, mientras se alimenta de las llamaradas de luminosidad que surgen de nuestra esfera luminosa cuando conectamos con sentimientos como el odio, el miedo, la ira, etcétera.
Abandonar la idea de que hay algo malo, algo que no funciona bien, en nosotros, nos da la libertad para luchar contra un enemigo común que está fuera de nosotros, y que no somos nosotros. Siempre hemos estado bien al ver la luz y actuar en la magia, como cuando éramos niños, pero el volador nos hizo creer a través de los adultos que nos educaron, que estaba mal actuar de esa manera en este mundo. Pero el tiempo de la liberación ha llegado y este es el momento de reclamar la libertad como propia, rompiendo las cadenas que nos mantienen unidos y presos de una mente que no es nuestra, que surge de las profundidades del cosmos y que, no obstante, la hemos recibido como propia. El tiempo del despertar ha llegado.
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