Todo está conectado, todo está en movimiento. Unos campos se relacionan con otros en una sucesión de ritmos, como en una danza universal que nace de las profundidades mismas de la conciencia.
Cuando usamos el arte de acechar estamos poniendo en práctica un conjunto de procedimientos y actitudes que permiten a una persona (a quien llamamos guerrero) extraer lo mejor de cualquier situación concebible.
El arte del acecho siempre tiene que ver con el mundo cotidiano. Por ello, es recomendable para un guerrero no tener cosas materiales en las que enfocar su poder, para así poder enfocarlo en el espíritu, en el verdadero vuelo a lo desconocido y no en trivialidades. Si quieres seguir el camino del conocimiento tienes que librarte de la compulsión de poseer cosas y de aferrarte a ellas.
Existe una gran diferencia entre “ver” y mirar. “Ver” es un conocimiento del cuerpo. El predominio del sentido visual, en los seres humanos, interviene en este conocimiento corpóreo haciendo parecer que “ver” esté relacionado con los ojos.
Cuando un guerrero pierde la forma humana, éste obtiene una libertad de recordarse a sí mismo como un conglomerado de campos de energía enderezados que le hacen ser aún más libre. Un guerrero que ha perdido la forma humana se “ve” como siempre ha sido, como una espiral.
Todo el acecho de un guerrero ha de dirigirse en esa dirección, la de perder la forma humana y todo lo que ello conlleva, porque el gran logro de un guerrero es disfrutar de la alegría del infinito. Es por eso que un guerrero sabe que espera y sabe lo que espera; y mientras espera, deleita sus ojos en la contemplación del mundo.
El destino de un guerrero sigue un curso inalterable y el desafío consiste en cuán lejos puede llegar y cuán impecable puede ser dentro de esos rígidos confines.
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